Perseverar con paz
Mientras sigo confiando en Dios a través de mis luchas con el dolor crónico, aun las dificultades más simples pueden parecer un ataque feroz del enemigo. Problema uno me golpea por la derecha. Problema dos me ataca desde atrás. Problema tres me da un puñetazo en la nariz. En esos momentos, cuando me faltan las fuerzas y no encuentro alivio inmediato, correr y esconderme parece ser una buena idea. Pero, como el dolor no me permite escapar, cambiar las circunstancias ni ignorar mis emociones, estoy aprendiendo lentamente a descansar en Dios para que me sostenga.
La tierra que está lejos
Amy Carmichael es conocida por su labor de rescatar niñas huérfanas en la India. En medio de su tarea agotadora, atravesaba lo que llamaba «momentos de visión». En su libro Gold by Moonlight [Oro a la luz de la luna], escribió: «En medio de un día atiborrado, casi podemos ver “la tierra que está lejos”; y quedamos quietos, absortos en el camino».
Sin retorno
No era tan solo cruzar un río. Por ley, ningún general romano podía introducir sus tropas armadas en Roma. Por eso, cuando Julio César cruzó con su Legio xiii el río Rubicón para entrar en Italia, en el 49 a.C., se consideró un acto de traición. El impacto de su decisión fue irreversible, ya que le siguieron años de guerra civil. Aún hoy, la frase «cruzar el Rubicón» es una metáfora de «llegar a un punto donde no hay retorno».
Seguir la guía de Dios
En agosto de 2015, cuando me preparaba para asistir a una universidad a un par de horas de mi casa, me di cuenta de que tal vez no regresaría a vivir allí después de graduarme. Mi mente se volvió un torbellino: ¿Cómo podré dejar mi casa, mi familia, mi iglesia? ¿Y si Dios me llama a otro estado u otro país?
La huella de Dios
A Lygon Stevens le encantaba escalar montañas con su hermano Nick. Ambos eran montañistas experimentados, y habían alcanzado la cima del Monte McKinley (Denali), el más elevado de América del Norte. En enero de 2008, los alcanzó una avalancha en Colorado, en la que Nick quedó lesionado y Lygon, de 20 años, murió. Al tiempo, cuando Nick encontró el diario de su hermana en uno de sus bolsos, lo que ella había escrito lo consoló. Estaba lleno de reflexiones, oraciones y alabanzas a Dios; entre ellas, «Soy una obra de arte firmada por Dios. Pero Él no ha terminado; en realidad, recién empieza […]. Tengo en mí la huella de Dios. Nunca habrá nadie como yo […]. Tengo una tarea que hacer en esta vida que nadie más puede hacer».
Firme en las promesas
Cuando eran chicos, el amigo de mi hermano le aseguró a su hermana que un paraguas tenía suficiente capacidad para sostenerla si ella tan solo lo «creía». Entonces, «por fe», ella saltó del techo de un granero… y se desmayó tras una pequeña contusión.
Mantener cerca
La caminata de algo más de un kilómetro y medio que hago después de dejar a mi hija en la escuela y volver a casa me da la oportunidad de memorizar algunos versículos de la Biblia… si me propongo hacerlo. Cuando dedico esos momentos para centrar mi mente en la Palabra de Dios, suele ocurrir que me vuelven a la mente durante el día, dándome consuelo y sabiduría.
Antes del principio
«Pero si Dios no tiene principio ni fin, y siempre ha existido, ¿qué hacía antes de crearnos? ¿En qué ocupaba el tiempo?». Algún alumno precoz de escuela dominical siempre hace esta pregunta cuando hablamos de la naturaleza eterna de Dios. Yo solía contestar diciendo que era una especie de misterio. Pero, hace poco, descubrí que la Biblia nos da la respuesta.
Cambio de perspectiva
La ciudad donde vivo había tenido el invierno más crudo en 30 años. Me dolían los músculos de sacar durante horas la nieve que no cesaba. Cuando entré a la casa, después de lo que parecía un esfuerzo inútil, me recibió la calidez de una fogata y mis hijos alrededor del hogar. Al mirar por la ventana, desde la protección de mi casa, cambió por completo mi perspectiva del clima. Ya no veía más el trabajo por hacer, sino la belleza de las ramas congeladas de los árboles y el paisaje invernal bañado por el blanco de la nieve.
Ansias de Dios
Un día, mi hija estaba de visita con nuestro nieto de un año. Yo estaba preparándome para salir a hacer un recado, pero, en cuanto salí de la habitación, mi nieto empezó a llorar. Ocurrió lo mismo dos veces, y las dos veces volví y me quedé un ratito con él. Cuando me dirigí hacia la puerta por tercera vez, empezó otra a vez a hacer pucheros. Entonces, mi hija dijo: «Papá, ¿por qué no lo llevas contigo?».