«Ya mismo, elimina la prisa». Cuando dos amigas me repitieron ese dicho del sabio Dallas Willard, supe que debía pensarlo. ¿En qué estaba dando vueltas, malgastando el tiempo y las energías? Más importante aun, ¿en qué me estaba apresurando, sin pedirle a Dios su guía y ayuda? En las semanas y meses que siguieron, recordé esas palabras y me reorienté hacia el Señor y su sabiduría, recordándome confiar en Él y no depender de mí misma.
Después de todo, ir de acá para allá frenéticamente parece ser lo opuesto a la «perfecta paz» de la que habla el profeta Isaías. El Señor le otorga este regalo a «aquel cuyo pensamiento en [Él] persevera», porque confía en Él (Isaías 26:3). Y el Señor es digno de confianza hoy, mañana y siempre, porque «en Dios el Señor está la fortaleza de los siglos» (v. 4). Confiar en Dios, con nuestra mente fija en Él, es el antídoto para una vida apresurada.
¿Cómo está nuestra vida? ¿Sentimos que estamos apurados o precipitados? Quizá, por el contrario, solemos experimentar una sensación de paz. O tal vez estemos en una posición intermedia.
Cualquiera que sea la situación en que estemos, mi oración es que podamos poner a un lado toda prisa, confiando en el Señor, quien nunca nos falla y nos da su paz.