Cuando me gradué, me vi en la necesidad de limitar mi presupuesto para las comidas; para ser precisa: 20 dólares por semana. Un día, cuando me acerqué a la caja, sospeché que la compra sería un poco mayor del dinero que me quedaba. «Cuando llegue a 20 dólares, deténgase», le dije a la cajera, y pude comprar todo, excepto una bolsa de pimientos.
Cuando estaba por irme, un hombre se detuvo junto a mi auto, y dijo: «Aquí están sus pimientos, señorita», y me dio la bolsa. Antes de que pudiera agradecerle, ya se había ido.
Todavía me conmueve recordar este simple acto de bondad, y me trae a la mente las palabras de Jesús en Mateo 6. Al condenar a aquellos que hacían alarde de dar a los necesitados (v. 2), Jesús les enseñó a sus discípulos otra manera de actuar. En vez de centrar la acción en ellos y su generosidad, los instó a hacerlo tan en secreto, ¡como si su mano izquierda no supiera que la derecha está dando! (v. 3).
Tal como me lo recordó aquella persona anónima, nosotros no debemos ser el foco de la dádiva. La única razón de dar es por lo que nos ha dado nuestro Dios generoso en abundancia (2 Corintios 9:6-11). Al dar en silencio y con generosidad, reflejamos su Persona… y Dios recibe la gratitud que solo Él merece (v. 11).