«¿Quieres ver qué hay dentro?», me preguntó mi amiga. La había elogiado por la antigua muñeca de trapo que su hija sostenía en brazos. Con repentina curiosidad y mucho interés, le contesté que sí. Puso la muñeca boca abajo y abrió una cremallera disimulada en la parte posterior, y suavemente, sacó un tesoro: la muñeca de trapo que ella misma había sostenido y amado durante su niñez, hacía más de dos décadas.
Sin ese relleno que le daba forma y consistencia, la muñeca «externa» era un simple cascarón.
Pablo describe la verdad de la vida, muerte y resurrección de Jesús como un tesoro envuelto en la frágil humanidad del pueblo de Dios. Ese tesoro permite que quienes confían en Él puedan soportar adversidades impensables y, aun así, sigan sirviéndole. De este modo, la luz de Dios brilla a través de las «grietas» de su condición humana. El apóstol nos alienta a todos a no desanimarnos (2 CORINTIOS 4:16), porque Dios nos fortalece para hacer su obra.
Como la muñeca «interna», el tesoro del evangelio dentro de nosotros da propósito y valor a nuestras vidas. Cuando el poder de Dios brilla a través de lo que somos y hacemos, invita a otros a preguntar: «¿Qué tiene adentro?». Podemos abrir la cremallera de nuestro corazón y revelar que Cristo nos salvó y nos dio vida.