Un matrimonio joven tenía más amor que dinero. Al acercarse la Navidad, ambos se esforzaban por encontrar un regalo que demostrara cuánto se amaban el uno al otro.
Por fin, la víspera de Navidad, Della vendió su larga cabellera para comprarle a Jim una cadena de platino para el reloj que él había heredado de su padre y su abuelo.
Sin embargo, Jim acababa de vender el reloj para comprar unas costosas peinetas para el cabello de Della.
El escritor O. Henry tituló la historia de esta pareja El regalo de los Reyes Magos.
Su obra sugiere que, aunque esos regalos no sirvieron para nada y tal vez los hicieron sentir tontos esa mañana de Navidad, su amor los colocó entre las personas más sabias que hacen regalos.
Cuando los magos de la historia de la primera Navidad llegaron a Belén con regalos de oro, incienso y mirra, quizá algunos los consideraron tontos (MATEO 2:11). No eran judíos, sino extranjeros, gentiles; personas que no comprendían cuánto perturbarían la paz de Jerusalén al preguntar sobre un rey de los judíos recién nacido (v. 2).
Como en la historia de la pareja, los planes de los magos no salieron como esperaban, pero sí dieron lo que el dinero no puede comprar: adoraron a aquel que sería el máximo sacrificio de amor por ellos… y por nosotros.