Mi hija y yo estábamos preparándonos para ir a una reunión familiar. Como ella estaba nerviosa por el viaje, me ofrecí para conducir. «Está bien. Pero me siento más segura en mi auto. ¿Puedes conducirlo?», preguntó. Supuse que prefería su vehículo porque era más grande que el mío, así que respondí: «¿El mío es demasiado chico?», a lo que contestó: «No, es que mi auto es mi “lugar seguro”; y no sé por qué me siento protegida».
Su comentario me desafió a considerar cuál era mi «lugar seguro». De inmediato, pensé en Proverbios 18:10: «El nombre del Señor es torre fuerte, a ella corre el justo y está a salvo» (lbla). En la época del Antiguo Testamento, los muros y la torre de una ciudad advertían sobre los peligros de afuera, y protegían a sus ciudadanos adentro. La idea del escritor es que el nombre de Dios, que refleja su carácter, su esencia y todo lo que Él es, brinda verdadera protección a sus hijos.
Ciertos espacios físicos ofrecen una anhelada seguridad en momentos aparentemente peligrosos: un techo fuerte en una tormenta; un hospital con asistencia médica; el abrazo de un ser amado.
¿Cuál es tu «lugar seguro»? Cada vez que busquemos protección, la presencia de Dios con nosotros es ese lugar que da la fortaleza y la seguridad que necesitamos.