Me encanta contemplar el Gran Cañón del Colorado. Cada vez que me acerco a la orilla, descubro nuevas pinceladas de la mano creadora de Dios que me dejan sin aliento.
Aunque no es más que un simple (aunque grande) «agujero» en la tierra, me lleva a reflexionar en el cielo. Una vez, un niño de once años, muy sincero, me preguntó: «¿El cielo no será aburrido? ¿No te parece que nos cansaremos de alabar a Dios todo el tiempo?». Pero, si un «agujero en la tierra» puede ser tan asombrosamente bello que no podemos dejar de mirar, ¡cómo será el gozo de ver a la propia Fuente de la belleza, nuestro Creador amoroso, en la plenitud maravillosa e inmaculada de la nueva creación!
David expresó este anhelo al escribir: «Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré; que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor» (Salmo 27:4). No hay nada más bello que la presencia de Dios, que se nos acerca en esta Tierra mientras lo buscamos con fe, hasta que lo veamos cara a cara.
Ese día, no nos cansaremos de alabar a nuestro Señor asombroso, porque nunca dejaremos de descubrir aspectos nuevos de su bondad exquisita. Cada instante en su presencia nos dejará sin aliento ante la revelación de su belleza.