En la Galería Nacional de Arte en Washington, D.C., vi una obra maestra titulada «El viento». Mostraba una tormenta que azotaba una zona boscosa. Los árboles altos y delgados estaban inclinados hacia la izquierda, mientras los arbustos rodaban en la misma dirección.
En un sentido más profundo, el Espíritu Santo tiene el poder para mover a los creyentes en dirección a la bondad y la verdad de Dios. Si vamos con el Espíritu, el resultado inevitable es volvernos más valientes y dispuestos a amar, y con mayor discernimiento para saber cómo manejar nuestros deseos.
Sin embargo, en algunas situaciones, aunque el Espíritu nos impulsa a la madurez y la transformación espiritual, nos resistimos. A esta actitud, la Escritura la denomina apagar al Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19). Con el tiempo, aquello que considerábamos malo parece no serlo tanto.
Cuando nuestra relación con Dios parece distante e interrumpida, quizá se deba a que la convicción del Espíritu ha sido dejada a un lado repetidamente. Cuanto más dura esto, tanto más difícil es ver la raíz del problema. Felizmente, podemos orar a Dios y pedirle que nos muestre nuestro pecado, y si lo confesamos y nos alejamos de él, el Señor nos perdonará y reavivará la influencia del Espíritu en nosotros.