En el verano de 2016, mi sobrina me convenció de jugar al Pokémon, un juego que se juega con un teléfono inteligente y utilizando la cámara del teléfono. El objetivo es capturar pequeñas criaturas llamadas Pokémon. Cuando aparece una en el juego, también sale una bola roja y blanca en pantalla. Para capturar a un Pokémon, el jugador tiene que arrojarle la pelota deslizando el dedo sobre ella. Sin embargo, es más fácil atraparlos utilizando un señuelo.
Los personajes de Pokémon no son los únicos que pueden caer en la trampa. En su carta del Nuevo Testamento, Santiago nos recuerda que somos tentados de nuestra «propia concupiscencia» (1:14, énfasis añadido). En otras palabras, nuestros deseos trabajan con la tentación para llevarnos por mal camino. Aunque nos veamos tentados a culpar a Dios o incluso a Satanás por nuestros problemas, el verdadero peligro está en nuestro interior.
Sin embargo, hay una buena noticia. Podemos escapar de la tentación hablando con Dios de aquello que nos tienta. Aunque «Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie» (Santiago 1:13), entiende nuestro deseo humano de hacer lo que no es correcto. Lo único que tenemos que hacer es pedir la sabiduría que Dios prometió proveer (1:1-6).