Una amiga me envió unas artesanías de cerámica que había hecho. Cuando abrí la caja, descubrí que las preciosas piezas se habían dañado en el viaje.
Mi esposo reparó una de las piezas, y yo exhibí la taza sobre un estante, con sus hermosas imperfecciones. Al igual que esa cerámica restaurada, yo también tengo cicatrices que prueban que puedo seguir de pie después de los tiempos difíciles que Dios me ayudó a superar. Esa taza de consuelo me recuerda que hablar de cómo el Señor ha obrado en nuestra vida puede ayudar a otros.
El apóstol Pablo alaba a Dios porque es «Padre de misericordias y Dios de toda consolación» (2 Corintios 1:3). El Señor usa nuestras pruebas y sufrimientos para hacernos más parecidos a Él. Su consuelo en nuestras aflicciones nos prepara para reconfortar a otros al contarles lo que el Señor ha hecho por nosotros (v. 4).
Al reflexionar en el sufrimiento de Cristo, podemos recibir inspiración para perseverar en medio del dolor, confiando en que Él utiliza nuestras experiencias para fortalecernos y animar a otros a resistir con paciencia (vv. 5-7). Como Pablo, recibimos consuelo al saber que el Señor redime nuestras pruebas para su gloria. Podemos compartir sus «tacitas de consuelo» para llevar esperanza al que sufre.