Imagina un mundo sin viento. Lagos calmos; hojas caídas que no vuelan. ¿Esperaría alguien que un árbol cayera de repente? Sin embargo, esto fue lo que sucedió en un gran domo de vidrio construido en un desierto. Los árboles dentro de esa burbuja sin viento, llamada Bioesfera 2, crecían más rápido de lo normal, hasta que, repentinamente, colapsaban por su propio peso. Los investigadores explicaron la razón: esos árboles necesitaban la presión del viento para crecer fuertes.
Jesús permitió que sus discípulos enfrentaran vientos fuertes para que su fe se fortaleciera (Marcos 4:36-41). Mientras cruzaban aguas conocidas, una tormenta repentina fue demasiado aun para estos pescadores experimentados. El viento y las olas agitaban la barca, mientras Jesús, exhausto, dormía en la popa. Aterrorizados, lo despertaron. ¿No le importaba a su Maestro que murieran? Entonces, Jesús ordenó al viento y las olas que se aquietaran, y les preguntó a sus amigos por qué aún no tenían fe en Él.
Si el viento no hubiese soplado, jamás habrían preguntado: «¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?» (Marcos 4:41).
Vivir en una burbuja puede parecer bueno, pero ¿sería firme nuestra fe si no aprendiéramos a superar circunstancias tormentosas?