L a noche en que proyectaríamos una película en la iglesia y por la que habíamos orado tanto había llegado. Se habían colocado anuncios por todo el pueblo, y las pizzas ya estaban en el horno. Esteban, el pastor de jóvenes, esperaba que ese filme sobre las pandillas en Nueva York incentivara a los jóvenes a evangelizar a esos grupos, pero se había olvidado de que televisaban un partido de fútbol y que asistiría poca gente. Cuando iba a comenzar la película, llegaron cinco motociclistas, todos vestidos de cuero. Esteban se puso pálido.
El líder de los motociclistas lo miró y preguntó: «Es gratis y para todos, ¿no?». Esteban respondió: «Solo para miembros del club». El motociclista tomó un brazalete con las letras QHJ (¿Qué haría Jesús?) y se lo dio. Avergonzado, Esteban los hizo pasar.
¿Alguna vez te pasó algo así? Deseas compartir la buena noticia de Jesús, pero tienes una lista mental de las personas «aceptables» para hablarles. Los líderes religiosos solían criticar a Jesús por reunirse con ciertas personas. Sin embargo, Él recibía de buena gana a todos los que el resto de la sociedad evitaba, porque sabía que eran quienes más lo necesitaban (Lucas 5:31-32).