Pocos días después de la muerte de su padre, C.S. Lewis, que tenía 30 años de edad, recibió una carta de una mujer que había cuidado a su madre durante su enfermedad hacía más de dos décadas. La mujer ofreció sus condolencias por la pérdida, y se preguntaba si él se acordaba de ella. «Mi querida enfermera Davison —contestó Lewis—. ¿Recordarla? ¡Cómo no hacerlo!».
Lewis recordó lo mucho que su presencia en su casa había significado para él, así como para su hermano y su padre en un momento difícil. Le dio las gracias por sus palabras de pésame, y agregó: «Es verdaderamente reconfortante evocar esos días del pasado. El tiempo que usted estuvo con mi madre le parecía muy largo a un niño, y usted se convirtió en parte del hogar».
Cuando luchamos con las circunstancias de la vida, una palabra de aliento de los demás puede levantar nuestro espíritu y nuestros ojos al Señor. Isaías, el profeta del Antiguo Testamento, escribió: «Dios el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado» (50:4). Cuando miramos al Señor, Él ofrece palabras de esperanza y luz en la oscuridad.