Un niño nos roció a mi esposo y a mí con burbujas mientras venía corriendo por el paseo marítimo. Fue un momento ameno y divertido en un día difícil. Habíamos ido a visitar a mi cuñado, que estaba hospitalizado, y ayudar a su esposa, que tenía problemas para ir a ver a su médico. Por eso, cuando nos tomábamos un descanso para caminar, nos sentíamos abrumados por las necesidades de nuestros familiares.

Entonces, aparecieron las burbujas. Solo eran burbujas rociadas por un niñito en la brisa del océano, pero que tuvieron un significado especial para mí. Me encantan las burbujas, y tengo en mi oficina una botella que utilizo cada vez que necesito sonreír con ellas. Esas burbujas y el vasto Océano Atlántico me recordaron algo con lo que puedo contar: Dios siempre está cerca. Él es poderoso. Siempre se interesa. Y puede usar aun las experiencias más pequeñas y los momentos más breves para ayudarnos a recordar que su presencia es como un océano de gracia en medio de nuestros momentos difíciles.

Tal vez, un día, nuestros problemas parecerán como burbujas: momentáneos a la luz de la eternidad, «pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:18).