Uno de los profesores de la Universidad de Harvard ha descubierto una tendencia preocupante entre sus alumnos y colegas: obsesión con comparar. Escribe: «Más que nunca, […] los ejecutivos de negocios, los analistas de Wall Street, los abogados, los médicos y otros profesionales están obsesionados con comparar sus logros con los de los demás. […] Esto es perjudicial para las personas y para las empresas. Cuando defines el éxito según parámetros externos en lugar de personales, la satisfacción y el compromiso disminuyen».
Esto no es nada nuevo. La Escritura nos advierte del peligro de compararnos con otros. Cuando lo hacemos, nos enorgullecemos y despreciamos a los demás (Lucas 18:9-14), o nos ponemos celosos y queremos ser como ellos o tener lo que tienen (Santiago 4:1). Perdemos de vista el plan de Dios para nuestra vida. Jesús explicó que la obsesión con comparar surge de creer que Dios es injusto y que no tiene derecho a ser más generoso con otros que con nosotros (Mateo 20:1-16).
Por la gracia de Dios, podemos superar este hábito concentrándonos en lo que Él nos ha dado. Al dar gracias por las bendiciones de cada día, cambiamos la perspectiva y empezamos a creer de verdad que Dios es bueno.