El día antes de que mi esposo regresara de un viaje de negocios, mi hijo dijo: «¡Mamá, quiero que papá vuelva!». Le pregunté por qué quería que volviera, esperando que mencionara algo sobre los regalos que su padre solía traerle o que echara de menos jugar a la pelota con él. Sin embargo, respondió muy serio: «¡Quiero que vuelva porque lo amo!».
Su respuesta me hizo pensar en nuestro Señor Jesús y su promesa de volver: «Ciertamente vengo en breve» (Apocalipsis 22:20). Yo espero con ansias su regreso, pero ¿por qué quiero que vuelva? ¿Es porque estaré en su presencia, sin enfermedades ni muerte? ¿Porque estoy cansada de vivir en un mundo complicado? ¿O se debe a que, como lo he amado tanto en la vida, hemos compartido lágrimas y risas, y ha sido más real que cualquier otra persona deseo estar con Él para siempre?
Me alegra que mi hijo extrañe a su padre cuando está lejos. Sería terrible que no le importara en absoluto que volviera o que pensara que interferiría en sus planes. ¿Cómo nos sentimos con respecto al regreso de nuestro Señor? Anhelemos apasionadamente ese día y digamos con ansias: «¡Señor, ven ya! ¡Te amamos!».