Los últimos hechos históricos más importantes del Antiguo Testamento se describen en Esdras y Nehemías, cuando Dios permitió que los israelitas volvieran del exilio y se establecieran nuevamente en Jerusalén. La ciudad de David volvió a poblarse de familias hebreas, un nuevo templo se construyó y el muro fue reparado.

Tras eso, llegamos a Malaquías. Este profeta —tal vez contemporáneo de Nehemías— cierra los escritos del Antiguo Testamento. Observa lo primero que le dijo al pueblo de Israel: «Yo os he amado, dice el Señor», a lo que ellos respondieron: «¿En qué nos amaste?» (1:2).

Asombroso, ¿no? La historia de los israelitas había demostrado que Dios es fiel; sin embargo, después de cientos de años en los que Él les había provisto, tanto de forma milagrosa como terrenal, todo lo que ellos necesitaban, se preguntaban cómo les había mostrado su amor. Entonces, Malaquías les recuerda cuán infieles habían sido (ver vv. 6-8). El largo patrón histórico había sido: provisión de Dios, desobediencia del pueblo, disciplina de Dios.

Necesitaban cambiar de inmediato, y el profeta lo da a entender en Malaquías 4:5-6: vendría el Mesías, el Salvador que nos mostraría su amor y pagaría la pena de nuestro pecado una vez y para siempre: Jesús.