Algunas plantas carnívoras pueden digerir un insecto en unos diez días. El proceso comienza cuando un bichito desprevenido huele el néctar en las hojas que forman la trampa. El insecto investiga y camina hacia el interior de las fauces de la planta. Entonces, las hojas se cierran repentinamente y los jugos digestivos lo disuelven.
Esas plantas me recuerdan la forma en que el pecado puede devorarnos si dejamos que nos seduzca, ansioso de comernos. Génesis 4:7 declara: «si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia» (lbla). Dios le dijo esto a Caín justo antes de que este matara a su hermano Abel.
El pecado puede tratar de engañarnos tentándonos con una nueva experiencia, convenciéndonos de que vivir rectamente no vale de nada o apelando a nuestros sentidos. Sin embargo, hay una manera de ejercer dominio sobre el pecado, en vez de permitir que consuma nuestra vida. La Biblia dice: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (Gálatas 5:16). Cuando enfrentamos la tentación, no estamos solos. Tenemos una ayuda sobrenatural: el Espíritu de Dios nos da poder para vivir para Él y para los demás.