Cuando se descubrió la tumba del rey egipcio Tutankamón, en 1992, estaba llena de cosas que los antiguos egipcios consideraban necesarias para la vida en el más allá. Entre altares de oro, joyas, ropa, muebles y armas, se encontró un recipiente con miel que, ¡después de 3.200 años, todavía se podía comer!

Para nosotros, la función principal de la miel es endulzar, pero en el mundo antiguo tenía diversos usos. Está entre los únicos alimentos con todos los nutrientes vitales. Además, tiene propiedades medicinales, ya que es uno de los ungüentos más antiguos que se aplicaban en las heridas, para prevenir infecciones.

Cuando Dios rescató a los israelitas del cautiverio en Egipto, prometió guiarlos a una «tierra que fluye leche y miel» (Éxodo 3:8, 17), metáfora de la abundancia. Cuando el viaje se prolongó debido al pecado, Dios los alimentó con maná, un alimento que sabía a miel (16:31). Ellos se quejaron de tener que comer lo mismo durante tanto tiempo, pero es probable que el Señor estuviera anticipándoles lo que disfrutarían en la tierra prometida.

Dios aún nos recuerda que sus caminos y palabras son más dulces que la miel (Salmo 19:10). Por eso, nuestras palabras también deberían ser como la miel que comemos: dulces y sanadoras.