A Mariana le costaba entender por qué Jesús había tenido que derramar su sangre para proporcionar la salvación. ¿A quién se le ocurriría limpiar algo con sangre? Sin embargo, la Biblia afirma: «Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre…» (Hebreos 9:22). Para Mariana, ¡eso era repugnante!
Entonces, un día, tuvo que ir a un hospital. Una enfermedad genética había alterado su sistema inmunológico y estaba atacándole la sangre. Mientras estaba en la sala de emergencias, pensó: Si pierdo mi sangre, moriré. ¡Pero Jesús derramó su sangre para que yo pueda vivir!
De repente, todo cobró sentido. En medio del dolor, Mariana sintió gozo y paz. Entendió que la sangre es vida, y que era necesaria una vida santa para darnos paz con Dios. Hoy, está viva y agradece al Señor por su salud y por el sacrificio de Cristo.
Hebreos 9 explica el ritual de sangre del Antiguo Testamento (vv. 16-22) y la ofrenda única y suficiente de Jesús que puso fin a los sacrificios animales (vv. 23-26). Al llevar nuestro pecado, Él murió voluntariamente y derramó su sangre para transformarse en nuestro sacrificio. Ahora podemos entrar en la presencia de Dios con confianza. ¿Cómo podremos agradecer a Cristo por sacrificarse por nosotros, por darnos su vida y acceso al Padre?