En mi vecindario, abundan las inscripciones religiosas: en placas, paredes, puertas, vehículos comerciales e, incluso, en nombres de negocios. Puede leerse Por la gracia de Dios en un autobús; y El favor divino en el cartel de una librería. El otro día, no pude evitar sonreír al leer detrás de un Mercedes Benz: Tome distancia… ¡ángeles en guardia!

Sin embargo, las inscripciones religiosas no son indicadores confiables del amor de una persona por Dios. Las palabras exteriores no son las que cuentan, sino que la verdad que llevamos dentro revela nuestro deseo de ser transformados por Él.

Recuerdo un programa patrocinado por un ministerio local que distribuía tarjetas con versículos bíblicos escritos a ambos lados, que ayudaban a las personas a memorizar la Palabra de Dios. En Deuteronomio 6, Moisés exhortó a Israel a escribir los mandamientos de Dios «en los postes de [su] casa» (v. 9). Debemos atesorar la Palabra de Dios en nuestros corazones (v. 6), imprimirla en nuestros hijos y repetirla «andando por el camino», y al acostarnos y levantarnos (v. 7).

Que nuestra fe sea real y nuestro compromiso verdadero, para que podamos amar al Señor con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas (v. 5).