Últimamente, mi hija ha tenido muchos problemas de salud, y su esposo la ha cuidado y respaldado de maravilla. «¡Tienes un verdadero tesoro en él!», le dije.
«No pensabas lo mismo cuando lo conocí», dijo ella con una mueca.
Tenía razón. Cuando se comprometieron, yo estaba preocupada. Tenían personalidades tan diferentes. Nuestra familia era grande y ruidosa, y él era más reservado. Además, le había expresado mis dudas a mi hija de manera bastante cortante.
Me horroricé al darme cuenta de que ella todavía recordaba mis comentarios de hacía quince años, que podrían haber destruido una relación que demostró ser tan armoniosa y feliz. Pensé en cuánto debemos cuidar lo que decimos. Muchos somos rápidos para señalar lo que consideramos debilidades en la familia, los amigos o los colegas, o para centrarnos en sus errores. Santiago dice que «la lengua es un miembro pequeño» (3:5), pero que las palabras que emite pueden destruir relaciones, o generar paz y armonía en el trabajo, la iglesia o la familia.
Quizá debamos apropiarnos de la oración de David al comenzar cada día: «Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios» (Salmo 141:3).