Antes de que se inventaran los espejos o las superficies pulidas, las personas rara vez se veían a sí mismas. Una de las únicas manera de hacerlo era reflejándose en pozos de agua o en ríos calmos. Sin embargo, los espejos cambiaron todo. Más tarde, la invención de las cámaras fotográficas otorgó una dimensión completamente nueva al aspecto exterior. Ahora, tenemos imágenes nuestras de un determinado momento, que nos acompañan durante toda la vida. Pero todo esto puede llegar a perjudicar nuestro bienestar espiritual, al preocuparnos más por la apariencia y dejar de lado nuestro interior.
Analizarnos interiormente es fundamental para una vida espiritual saludable. Esto es tan importante que las Escrituras enseñan que no debemos participar de la Cena del Señor si no nos examinamos antes (1 Corintios 11:28). El objetivo no es arreglar las cosas con Dios solamente, sino también asegurarnos de que estamos bien con los demás. En la Cena del Señor, recordamos el cuerpo y la sangre de Cristo, y no podemos celebrarla adecuadamente si no vivimos en armonía con los otros creyentes.
Admitir y confesar nuestros pecados promueve la unidad fraternal y beneficia nuestra relación con Dios.