Cuando dejé de viajar en familia con mis padres, raras veces iba a visitar a mis abuelos, los cuales vivían a cientos de kilómetros de casa. Así que, un día, decidí tomar un avión para ir a visitarlos durante un fin de semana largo. Mientras íbamos al aeropuerto para mi vuelo de regreso, mi abuela, que nunca había volado, empezó a transmitirme sus temores: «Ese avión en que viniste era tan pequeño… En realidad, no hay nada que te sostenga allí arriba, ¿no? A mí me daría muchísimo miedo subir a esa altura».

Cuando llegó el momento de subir al pequeño avión, yo tenía tanto miedo como la primera vez que volé. Es verdad, ¿qué es lo que, al fin y al cabo, sostiene este avión?

Los temores irracionales, e incluso los legítimos, no tienen que aterrorizarnos. David vivió como un fugitivo; perseguido por el rey Saúl, quien estaba celoso de su popularidad. Solamente encontró paz y consuelo en su relación con Dios, como escribió en el Salmo 34: «Busqué al Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores» (v. 4).

Nuestro Padre celestial es perfectamente sabio y amoroso. Cuando el miedo comience a abrumarnos, debemos detenernos y recordar que Él es nuestro Dios y que siempre nos sostendrá.