Mi hijita está aprendiendo a caminar. Tengo que sostenerla, y ella se aferra a mis dedos porque todavía se siente inestable. Tiene miedo de caerse, pero yo estoy allí para sostenerla y cuidarla. Mientras camina con mi ayuda, sus ojos destellan gratitud, felicidad y seguridad. Sin embargo, a veces llora porque no la dejo ir por lugares peligrosos… no se da cuenta de que estoy protegiéndola.
Como mi pequeña, nosotros también solemos necesitar a alguien que nos vigile, guíe y sostenga en nuestro andar espiritual. Y tenemos a ese Alguien: Dios, nuestro Padre. Él ayuda a sus hijos a aprender a caminar, guía sus pasos, los sostiene de la mano y los mantiene en el sendero correcto.
El rey David sabía perfectamente que necesitaba el cuidado de Dios. En el Salmo 18, describe cómo nos guía y fortalece el Señor cuando estamos perdidos y confundidos (v. 32); mantiene firmes nuestros pies, como los de un ciervo que trepa a lugares altos, sin resbalarse (v. 33); y, si resbalamos, su mano está allí para sostenernos (v. 35).
Al margen de que seamos creyentes nuevos, aprendiendo todavía a caminar en la fe, o que nuestro andar con Dios ya lleve mucho tiempo, todos necesitamos que su mano nos guíe y nos mantenga firmes.