Cuando era niña, mi semana favorita en el verano era la que pasaba en un campamento cristiano de jóvenes. El fin de semana, me sentaba codo a codo con mis amigos, frente a una enorme fogata. Allí compartíamos lo que habíamos aprendido sobre Dios y la Biblia, y cantábamos. Una canción que todavía recuerdo hablaba de decidir seguir a Cristo. El estribillo tenía una frase importante: «no vuelvo atrás».
Cuando Eliseo decidió seguir al profeta Elías, llevó a cabo algo increíble que hizo difícil (en realidad, imposible) que volviera a su antiguo trabajo agrícola. Después de ir a su casa y hacer un banquete de despedida, «tomó un par de bueyes y los mató» (1 Reyes 1:21). Quemó sus instrumentos para arar, asó al fuego la carne recién cortada y dio de comer a todos los presentes, poniendo fin a su forma de vivir. Después, «se levantó y fue tras Elías, y le servía» (v. 21).
Consagrarnos a Dios, quien merece nuestra devoción, suele implicar tener que pagar un precio. No obstante, nada se compara con lo que ganamos cuando seguimos adelante con Cristo, quien dijo: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 16:25).