Una mañana, mientras Lilia se preparaba para ir al trabajo, su hijita de cuatro años también se puso a trabajar. Habían comprado una tostadora circular, y la idea de pasar el pan por el pequeño horno fascinó a la pequeña. Poco después, Lilia descubrió unas 30 tostadas apiladas sobre la mesa. «¡Soy una cocinera excelente!», declaró la niña.
No tiene nada de milagroso que una niña curiosa convierta pan en tostadas. Pero, cuando Jesús transformó los cinco panes y los dos peces de un muchachito en comida para miles de personas, la gente reunida reconoció la naturaleza milagrosa del suceso, y quiso convertir al Señor en su rey (ver Juan 6:1-15).
Como el reino de Jesús «no es de este mundo» (Juan 18:36), Él se alejó. Al día siguiente, cuando lo encontraron, el Señor les reveló el error de sus motivaciones: «me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis» (6:26). Erróneamente, pensaron que el «Rey» Jesús les llenaría el estómago y liberaría a la nación. Pero les aconsejó: «Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece» (v. 27).
Una perspectiva terrenal nos hará ver a Jesús como un medio para alcanzar un fin. En realidad, Él es nuestro Pan de vida.