Cuando mi esposo enseñaba contabilidad en una universidad local, hice uno de los exámenes, solo por diversión, para ver cuánto sabía. Los resultados no fueron buenos. Contesté mal todas las preguntas porque no entendí la premisa de un concepto bancario básico: invertí el debe y el haber.

A veces, nos pasa lo mismo en la esfera espiritual. Cuando culpamos a Satanás de todo lo que anda mal (sea el mal tiempo, una impresora que se atasca o algún problema financiero), estamos atribuyéndole el crédito por algo que no tiene: el poder para determinar la calidad de nuestra vida. El diablo está limitado en tiempo y espacio. Tiene que pedirle permiso a Dios antes de poder tocarnos (Job 1:12; Lucas 22:31).

Sin embargo, al ser el padre de mentiras y príncipe de las tinieblas (Juan 8:44; 16:11), puede provocar confusión. Jesús advirtió de un tiempo cuando las personas estarían tan confundidas que no distinguirían entre lo bueno y lo malo (16:2). Pero agregó esta verdad: «el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (v. 11).

Los problemas irrumpirán en nuestra vida, pero no pueden derrotarnos, dado que Jesucristo ya ha vencido al mundo. Todo el crédito le corresponde a Él.