Un exitoso empresario cristiano nos compartió su historia en la iglesia. Fue sincero sobre sus luchas con la fe y su gran riqueza, y declaró: «¡La riqueza me asusta!».
Citó la afirmación de Jesús: «es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Lucas 18:25), y mencionó la historia del rico y Lázaro, en Lucas 16:19-32, en la que el rico termina en el infierno. La parábola del «joven rico» (Lucas 12:16-21) también lo perturbaba.
Pero, después, este empresario declaró: «He aprendido una lección de la conclusión de Salomón sobre la abundancia de riquezas: todo es “vanidad”» (Eclesiastés 2:11). Salomón decidió no permitir que la riqueza se interpusiera en su devoción al Señor. Su deseo era servirlo con sus bienes y ayudar a los necesitados.
A través de los siglos, Dios ha bendecido materialmente a algunas personas. En 2 Crónicas 17:5, leemos sobre Josafat: «El Señor […] confirmó el reino en su mano […] y tuvo riquezas y gloria en abundancia». Pero el rey no se enorgulleció, porque estaba consagrado de corazón al Señor (v. 6; ver también 20:32).
El Señor no está en contra de la riqueza, pero sí se opone a adquirirla de manera incorrecta y usarla mal. Él es digno de la devoción de todos sus seguidores.