Dos niños jugaban a un complicado juego de palos y cuerdas. Al rato, el más grande miró al amigo y dijo enojado: «Lo estás haciendo mal. Es mi juego y lo vamos a jugar como yo quiero. ¡No puedes jugar más!». El deseo de hacer las cosas a nuestro modo comienza desde pequeños.
Naamán estaba acostumbrado a que todo se hiciera como él quería, ya que era el capitán del ejército del rey de Siria. Pero también tenía una enfermedad incurable. Un día, la sierva de su esposa, a quien habían capturado en Israel, le sugirió que acudiera a Eliseo, el profeta de Dios, para que lo sanara. Desesperado, Naamán quiso que el profeta fuera a verlo y que lo tratara con gran protocolo y respeto. Por eso, cuando Eliseo simplemente le mandó a decir que se sumergiera siete veces en el río Jordán, ¡Naamán se enfureció!… y se negó (2 Reyes 5:10-12). No se curó hasta que, finalmente, se humilló e hizo las cosas como Dios quería (vv. 13-14).
Es probable que todos le hayamos dicho alguna vez a Dios: «Lo haré como yo quiero», pero su manera es siempre la mejor. Que tengamos un corazón humilde y dispuesto a escoger los métodos del Señor y no los nuestros.