A finales del siglo xix, William Carey sintió el llamado a viajar a la India como misionero, para compartir la buena noticia de Jesús. Algunos pastores se mofaron, diciendo: «Joven, si Dios quiere salvar [a alguien] en India, ¡lo hará sin tu ayuda ni la nuestra!». No entendían el concepto de la coparticipación. Dios hace muy poco en la Tierra sin personas como nosotros.
Como participantes en la obra del Señor en este mundo, insistimos en que se haga su voluntad, pero, al mismo tiempo, nos comprometemos a hacer lo que Él requiera de nuestra parte. «Venga tu reino. Hágase tu voluntad», es lo que Jesús nos enseñó a orar (Mateo 6:10). Estas palabras no son una calmada petición, sino una santa demanda. ¡Danos justicia! ¡Endereza el mundo!
El papel de Dios y el nuestro son diferentes. Nuestra función es seguir los pasos del Señor, llevando a cabo su obra mediante nuestras acciones y plegarias.
Tomando prestada la metáfora de Pablo en Colosenses 1:24, somos el cuerpo de Cristo en la Tierra. Cuando somos misericordiosos con los que sufren, estamos alcanzándolos con las manos del propio Señor.