Los medios de comunicación social son útiles para muchas cosas, pero la satisfacción no es una de ellas. Al menos, no para mí. Aun cuando mis objetivos son buenos, puedo desanimarme si me entero de que otros están lográndolos primero o con mejores resultados. Soy propensa a esta clase de desánimo; por eso, pienso con frecuencia que Dios no me ha defraudado, sino que me ha dado todo lo que necesito para concretar lo que Él desea que haga.

Esto significa que no necesito un presupuesto mayor ni un éxito asegurado. Tampoco preciso mejorar las condiciones laborales ni cambiar de trabajo. No me hace falta la aprobación ni el permiso de nadie. Ni siquiera es imprescindible tener buena salud o más tiempo. Tal vez Dios quiera darme algunas de esas cosas, pero lo que necesito ya lo tengo, porque, cuando Él asigna una tarea, también provee los recursos. Lo único que debo hacer es bendecir a otros y glorificar al Señor.

Jesús, después de preparar el desayuno, conversó con Pedro sobre este tema y le dijo cómo terminaría su vida. Señalando a otro discípulo, Pedro preguntó: «¿Y él?». El Señor respondió: «¿Qué te importa?».

Lo mismo debo preguntarme cuando me comparo con otros. Mi responsabilidad es seguir fielmente al Señor.