Poco después de aceptar a Cristo como mi Salvador, el compromiso que demandaba esta decisión me hacía dudar de si podría pasar un año sin volver a mis antiguos hábitos de pecado. Sin embargo, este versículo de las Escrituras me ayudó: «El Señor peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos» (Éxodo 14:14). Moisés pronunció estas palabras ante los desanimados y temerosos israelitas cuando acababan de huir de la esclavitud en Egipto y Faraón los perseguía.
De joven, con mi mundo rodeado de tentaciones, este llamado a «estar tranquilo» me animó. Ahora, 37 años después, permanecer tranquilo y calmado mientras confío en el Señor en medio de situaciones estresantes ha sido el deseo constante para mi vida cristiana.
«Estad quietos, y conoced que yo soy Dios», declaró el salmista (Salmo 46:10). Cuando nos tranquilizamos, conocemos más al Señor, el cual «es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (v. 1). Reconocemos que, sin Dios, somos débiles y que debemos someternos a Él. «Cuando soy débil, entonces soy fuerte», afirmó el apóstol Pablo (2 Corintios 12:10).
Cada día, enfrentamos situaciones tensas y frustrantes, pero podemos confiar en que el Señor cumplirá su promesa de cuidarnos. Aprendamos a estar tranquilos.