Estamos entre las más de 7.000 millones de personas que coexisten en un diminuto planeta ubicado en una pequeña sección de un sistema solar relativamente insignificante. En realidad, nuestra Tierra es un minúsculo punto azul entre los millones de cuerpos celestes creados por Dios. En el gigante lienzo de nuestro universo, la majestuosa y extraordinaria Tierra parece una pequeñísima partícula de polvo.


Esto podría hacernos sentir extremadamente insignificantes e intrascendentes. Sin embargo, la Biblia afirma exactamente lo opuesto. Nuestro gran Dios, quien «midió las aguas con el hueco de su mano» (Isaías 40:12), ha distinguido a cada persona que habita este planeta como alguien de suma importancia, porque está hecha a su imagen.


Por ejemplo, creó todo para que lo disfrutemos (1 Timoteo 6:17). También tiene un propósito para todos los que han confiado en Cristo como Salvador (Efesios 2:10). Además, aunque este mundo es tremendamente vasto, Dios se ocupa de cada uno de nosotros en forma especial. El Salmo 139 afirma que el Señor sabe lo que vamos a decir y lo que pensamos. No podemos huir de su presencia; incluso, planeó nuestra existencia terrenal antes de que naciéramos.


¡No hay por qué sentirse insignificante cuando el Dios del universo se interesa en nosotros!