El acertijo me dejó perplejo: ¿Qué es más grande que Dios y más malo que el diablo? Los pobres lo tienen. Los ricos lo necesitan. Y, si lo comes, mueres.
No supe la respuesta porque dejé que mi mente se distrajera de lo obvio: nada.
Este acertijo me recuerda otra prueba de ingenio que, seguramente, fue mucho más difícil de resolver cuando se formuló por primera vez. Un anciano sabio llamado Agur, preguntó: «¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?» (Proverbios 30:4).
Hoy sabemos la respuesta a estas preguntas, pero, a veces, cuando estamos en medio de cuestionamientos, preocupaciones y necesidades, tal vez perdemos de vista lo obvio. Los detalles de la vida pueden distraernos fácilmente de Aquel que responde el acertijo más importante: ¿Quién es uno con Dios; más poderoso que el diablo; los pobres pueden tenerlo; los ricos lo necesitan; y, si tú comes y bebes de su mesa, nunca morirás? Jesucristo, el Señor.