Mientras el huracán Katrina se acercaba a la costa del Golfo de México, un pastor jubilado y su esposa dejaron su casa. Su hija les rogó que fueran con ella, lejos de allí, pero la pareja no tenía dinero para viajar porque los bancos estaban cerrados. Después de la tormenta, volvieron a buscar algunas pertenencias, y solo pudieron salvar unas fotos de la familia que flotaban en el agua. Cuando el hombre sacó la foto del marco para que se secara, cayeron varios billetes de dinero… el importe exacto para comprar dos pasajes hasta la casa de su hija. Allí aprendieron que podían confiar en que Jesús supliría sus necesidades.
Para los discípulos, confiar en Jesús en medio de la tormenta fue la lección del dramático relato de Marcos 4:35-41. El Señor les indicó que cruzaran el mar de Galilea, y se fue a dormir. Cuando se desencadenó aquella repentina y violenta tormenta, los discípulos tuvieron mucho miedo. Entonces, despertaron a Jesús: «Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?» (v. 38). El Señor se levantó y, con dos palabras, aplacó la tormenta.
Todos atravesamos tormentas (persecuciones, problemas financieros, enfermedades, soledad), y Jesús a veces las permite, pero prometió no abandonarnos nunca (Hebreos 13:5). Él nos mantendrá calmos en la tormenta.