¡Estábamos totalmente atascados! Mientras ponía unas flores en la tumba de mis padres, mi esposo apartó el auto para dejar pasar a otro. Había llovido durante semanas y el área para estacionar estaba inundada. Cuando quisimos irnos, descubrimos que el coche estaba atascado. Las ruedas giraban en el fango y se hundían cada vez más.
La única salida era empujarlo, pero mi esposo tenía mal el hombro y yo acababa de salir del hospital. ¡Necesitábamos ayuda! A lo lejos, vimos a dos jóvenes, los cuales respondieron alegremente a mis gritos y señas frenéticas. Felizmente, la fuerza de ambos reubicó el automóvil en el camino.
El Salmo 40 revela la fidelidad de Dios cuando David clamó pidiendo ayuda: «Pacientemente esperé al Señor, […] y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso» (vv. 1-2). Ya sea que este salmo se refiera a un pozo literal o a circunstancias desafiantes, David sabía que siempre podía acudir al Señor para que lo librara.
Dios también nos ayudará cuando lo invoquemos. A veces, interviene en forma directa, pero lo más habitual es que lo haga a través de otras personas. Cuando reconocemos nuestra necesidad ante Él (y quizá ante otros), podemos contar con su fidelidad.