Los médicos que conozco son inteligentes, diligentes y compasivos. En muchas ocasiones, han aliviado mi sufrimiento, y doy gracias por su capacidad para diagnosticar enfermedades, prescribir medicamentos, acomodar huesos fracturados y suturar heridas. Sin embargo, esto no significa que tenga fe en los médicos en lugar de confiar en Dios.

Por razones que solo el Señor sabe, ha designado a los seres humanos como sus colaboradores en la obra de cuidar la creación (Génesis 2:15), y los médicos están entre ellos. Estudian cómo diseñó Dios el cuerpo y utilizan ese conocimiento para ayudar a recuperar la salud. No obstante, la única razón por la que pueden hacerlo es que el Señor nos creó con capacidad para sanarnos. Los cirujanos no lograrían nada si las incisiones no cicatrizaran solas.

Por eso, los científicos no son quienes sanan, sino Dios (Éxodo 15:26). Los médicos simplemente cooperan con el propósito y diseño originales del Creador.

Doy gracias por los científicos y los médicos, pero alabo y agradezco al Señor, que creó el orden en el universo y nos dio mentes para poder descubrir cómo funciona. Por lo tanto, estoy convencida de que toda sanidad es divina, ya que nada ocurre sin su intervención.