Hace unos años, un amigo y yo partimos para escalar el monte Whitney, de 4.421 metros de altura, el más alto de Estados Unidos continental. Una noche, llegamos al pie del cerro, extendimos nuestras bolsas de dormir en el campamento y tratamos de descansar antes de empezar el ascenso al amanecer. Para escalarlo, no se requiere ninguna técnica, sino que solo hay que hacer una caminata larga y agotadora en subida constante de unos 18 kilómetros.
Aunque el ascenso era complicado, fue también emocionante; con vistas asombrosas, lagos azules hermosos y laderas fértiles. No obstante, el sendero se tornó largo y cansador; una prueba para las piernas y los pulmones. A medida que el día declinaba y el sendero parecía estrecho e interminable, pensé en volverme.
Sin embargo, veía ocasionalmente la cima y me daba cuenta de que cada paso me acercaba más allí. Con solo seguir caminando, llegaría. Ese pensamiento me mantuvo andando.
Pablo nos asegura: «ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos» (Romanos 13:11). Cada día, nos acercamos más a aquel momento en que «llegaremos a la cima» y veremos el rostro de nuestro Salvador. Este es el pensamiento que nos mantiene avanzando.