Varias madres de hijos pequeños compartían respuestas alentadoras a sus oraciones, pero una de ellas dijo que se sentía egoísta al molestar a Dios con sus necesidades personales: «Comparadas con las enormes necesidades que el Señor enfrenta en el mundo, mis circunstancias deben de parecerle triviales».
Poco después, su hijito se apretó el dedo en una puerta y corrió llorando a los gritos hacia su madre. Pero ella no dijo: «¡Qué egoísta eres al venir a molestarme con tus dedos doloridos mientras estoy ocupada!», sino que le mostró gran compasión y ternura.
El Salmo 103:13 nos recuerda que, tanto el amor humano como el divino, responden así. En Isaías 49:15-16, el Señor asegura que, aunque una madre olvide ser compasiva con su hijo, Él no lo hará nunca; y agrega: «en las palmas de las manos te tengo [esculpido]».
Con la misma libertad que ese niño corrió hacia su madre, nosotros también podemos acudir a Dios con nuestros problemas cotidianos.
Nuestro Señor compasivo no descuida a los demás por respondernos a nosotros, ya que tiene tiempo y amor ilimitados para cada uno de sus hijos. Para Él, ninguna necesidad es insignificante.