En los últimos 800 años aproximadamente, se añadió una costumbre a las ceremonias de bodas judías: cuando termina, el esposo rompe un vaso para vino con el pie. Algunos dicen que la ruptura del vidrio simboliza la destrucción del templo en el 70 d.C. Se insta a las parejas jóvenes a recordar, mientras forman un nuevo hogar, que la casa de Dios fue destruida.
No obstante, el Señor no carece de una casa, sino que ha elegido un nuevo lugar para vivir: en nosotros, sus seguidores. En forma metafórica, las Escrituras hablan de los creyentes como la esposa de Cristo y el templo donde vive Dios. Simultáneamente, Él está preparando a su esposa y planeando construir un nuevo hogar, el cual se tornará en su morada permanente. Al mismo tiempo, está preparando a la esposa y organizando una boda que incluirá a toda la familia de Dios desde el principio de las edades.
Nuestra tarea es fácil, aunque, a veces, puede ser dolorosa. Cooperamos con Dios mientras Él obra en nosotros para hacernos más semejantes a su Hijo Jesús. Luego, un día, en la mejor boda que jamás haya existido, nos presentará para sí sin mancha ni arruga. Seremos santos y sin mancha (Efesios 5:27). Esa boda pondrá fin a toda tristeza y sufrimiento.