En nuestra era saturada de medios de comunicación, los consultores de imagen se han vuelto imprescindibles. Artistas, deportistas, políticos y empresarios parecen desesperados por manejar cómo los ve el mundo. Estos costosos consultores modelan la imagen de sus clientes… aun cuando, a veces, la imagen pública está en agudo contraste con lo que la persona es por dentro.
En realidad, lo que necesitamos no es un maquillaje, sino una transformación interior. Nuestras peores debilidades no pueden corregirse con un cosmético, sino que están directamente relacionadas con lo que tenemos en el corazón y la mente. Revelan cuánto nos hemos alejado de la imagen de Dios a la cual fuimos creados. Tal transformación supera cualquier capacidad humana.
Cristo es el único que nos ofrece una transformación verdadera; no un estiramiento de piel ni una reparación externa. Pablo afirmó que los que han resucitado a la vida eterna en Cristo se han «revestido del nuevo [hombre], el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Colosenses 3:10) .
¡Nuevo! ¡Qué palabra tan maravillosa y llena de esperanza! Cristo nos convierte en nuevas personas: con un corazón nuevo y no con un simple arreglo para que luzcamos bien exteriormente.