Cuando se acerca el verano, algunos empiezan a planificar qué cultivarán en sus huertas. Comienzan temprano, plantando semillas en invernaderos, donde pueden controlar las condiciones climáticas para que broten. Cuando pasan las heladas, trasplantan los almácigos al exterior. Entonces, se inicia el trabajo de quitar la maleza, abonar, regar, y proteger las plantas de los roedores e insectos. Producir comida implica mucho trabajo.
Antes de entrar en la tierra prometida, Moisés les recordó a los israelitas que, cuando vivían en Egipto, regaban las plantaciones a mano (Deuteronomio 11:10) , pero Dios prometía que, adonde estaba llevándolos, les facilitaría la tarea enviando lluvias en primavera y otoño: «yo daré la lluvia de vuestra tierra a su tiempo, la temprana y la tardía…» ( v. 14) . La única condición era: «Si obedeciereis cuidadosamente a mis mandamientos que yo os prescribo hoy, amando al Señor vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma» ( v. 13) . El Señor estaba llevándolos a un sitio donde su bendición y la obediencia los convertirían en una luz para los demás.
Dios espera lo mismo de nosotros: que nuestro amor obediente ilumine a los demás. Él nos capacitará para que lo hagamos.