En 1986, más de 10.000 evangelistas y líderes cristianos se reunieron en Amsterdam para escuchar al predicador Billy Graham. Yo estaba allí y escuché mientras él narraba algunas de sus experiencias. En un momento, para sorpresa mía, dijo: «Permítanme decirles que, cada vez que tengo que predicar, ¡estoy nervioso y me tiemblan las rodillas!».
¿Qué? —me pregunté—. ¿Cómo puede ser que un gran predicador, quien ha fascinado a millones con sus poderosos sermones, se ponga nervioso y le tiemblen las piernas? Luego, explicó que no era miedo escénico, sino un profundo sentimiento de ineptitud para la tarea a la que Dios lo había llamado.
Moisés se sintió incapaz cuando Dios lo mandó a liberar a los israelitas de 400 años de cautiverio en Egipto. Le rogó al Señor que enviara otra persona, con la excusa de que él nunca había podido hablar bien (ver Éxodo 4:10, 13) .
Tal vez tengamos temores similares cuando Dios nos llama a hacer algo para Él. No obstante, el ánimo que le dio a Moisés puede estimularnos también a nosotros: «Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar» ( v. 12) .
Como afirmó Billy Graham aquel día: «Cuando Dios te llama, no temas ponerte nervioso ni que te tiemblen las rodillas, ¡Él está contigo!».