Ruido. Vibración. Presión. Energía. El astronauta Chris Hadfield usó estas palabras para describir su lanzamiento al espacio. Mientras el cohete se desplazaba velozmente hacia la Estación Espacial Internacional, el peso de la gravedad aumentaba y se hacía difícil respirar. Cuando pensó que se desmayaría, la nave entró repentinamente en la ingravidez. En vez de caer en la inconsciencia, se puso a reír.

Esto me hizo pensar en los días previos a la muerte de mi madre. El peso de la vida seguía aumentado, hasta que quedó sin fuerzas para respirar. Entonces, fue liberada de su dolor y entró tranquilamente en la «ingravidez» del cielo. Me gusta pensar en su sonrisa cuando respiró por primera vez en la presencia de Jesús.

Aquel viernes «santo», a Jesús le sucedió algo similar. Dios cargó sobre Él el peso del pecado de todo el mundo, hasta que no pudo respirar más. Jesús exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23:46) . Al tercer día, Dios volvió a darle vida, y ahora vive donde el pecado y la muerte no tienen poder. Un día, los que confían en Cristo se unirán a Él, y me pregunto si miraremos atrás a esta vida y nos reiremos.