Estos últimos años, mi hija ha quedado fascinada con la historia de los indígenas que habitaban en una región al norte de donde ella vive. Una tarde de verano, cuando fui a visitarla, me mostró un sendero que tenía un cartel que decía: «Árboles del sendero», y me explicó que se creía que, hace mucho, los nativos de esa zona doblaban los árboles jóvenes para indicar el camino hacia determinados lugares, y que, luego, esos árboles siguieron creciendo con formas extrañas.
El Antiguo Testamento tiene un propósito similar. Muchos mandamientos y enseñanzas de la Biblia guían nuestro corazón hacia el sendero por el que el Señor desea que andemos. Los Diez Mandamientos son un gran ejemplo de esta verdad. Además, los profetas del Antiguo Testamento señalaron el camino para el Mesías que iba a venir. Miles de años antes de que Jesús viniera, hablaron de Belén, el lugar donde Él nació (ver Miqueas 5:2 y Mateo 2:16), y describieron con sorprendente detalle su muerte en la cruz (ver Salmo 22:14-18 y Juan 19:23-24). Isaías 53:1-12 también se refiere al sacrificio que haría Jesús cuando Dios «cargó en él el pecado de todos nosotros» (v. 6; ver Lucas 23:33).
Mil años antes, los siervos de Dios del Antiguo Testamento ya apuntaban hacia el Hijo del Altísimo, Jesús, Aquel que «llevó […] nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores» (Isaías 53:4). Él es el camino a la vida.