Viniendo de alguien que solía valorar los dioses ancestrales, la declaración de mi padre de 90 años, cerca del final de su vida, fue notable: «Cuando muera —dijo trabajosamente—, que nadie haga otra cosa aparte de lo que hará la iglesia. Nada de adivinaciones, de sacrificios ancestrales ni de rituales. Así como mi vida está en manos de Jesucristo, ¡mi muerte también lo estará!».
Mi padre decidió caminar con Cristo cuando ya era anciano, tras haber invitado a Jesús a ser el Salvador de su vida. Sus contemporáneos se burlaban de él: «¡Un viejo como tú no tendría que ir a la iglesia!». Pero la decisión de mi padre de seguir y adorar al Dios verdadero era definitiva, igual que la del pueblo al que le habló Josué.
«Escogeos hoy a quién sirváis», los desafió su líder; «pero yo y mi casa serviremos al Señor» (24:15). La respuesta de ellos fue firme: decidieron adorar a Dios. Incluso después de que Josué advirtió respecto a las consecuencias (vv. 19-20), mantuvieron su decisión de seguir al Señor, recordando su salvación, provisión y protección (vv. 16-17, 21).
No obstante, una decisión tan firme requiere acciones que la respalden, como les recordó de modo irrebatible Josué: «Quitad, pues, ahora los dioses ajenos […], e inclinad vuestro corazón al Señor» (v. 23). ¿Has tomado la decisión de vivir para Dios?