Cuando estaba en la escuela primaria, mi amigo Kent y yo solíamos pasar tiempo mirando el cielo nocturno con un par de binoculares hechos en Alemania. Nos maravillábamos al ver las estrellas en el cielo y las montañas sobre la luna. Durante todo el anochecer, nos turnábamos diciendo: «¡Pásame los binoculares!».
Siglos antes, un pastorcito judío también miró el cielo nocturno y se maravilló. No tenía unos binoculares ni un telescopio que lo ayudaran, pero sí disponía de algo más importante: una relación personal con el Dios vivo. Me imagino las ovejas balando tranquilas en el fondo, mientras David contemplaba el cielo. Más adelante, escribiría inspirado: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría» (Salmo 19:1-2).
Con nuestras ajetreadas agendas de actividades, podemos olvidarnos muy fácilmente de sentirnos extasiados ante la belleza celestial que nuestro Creador ha preparado para nuestro disfrute y su gloria. Cuando dedicamos tiempo para mirar el cielo nocturno y maravillarnos de lo que vemos, logramos entender más de Dios y de su poder y gloria eternos.