Mi esposo Jay y yo tenemos un nuevo miembro en la familia: una gata atigrada de dos meses llamada Jasper. Para mantener protegida a nuestra gatita, tuvimos que cambiar algunas viejas costumbres, como la de dejar las puertas abiertas. No obstante, seguimos teniendo un problema: la escalera. A los gatos les gusta trepar. Incluso cuando son chiquitos, saben que el mundo se ve mejor desde arriba. Así que, cuando Jasper está en la planta baja conmigo, quiere subir. Intentar mantenerla en un espacio seguro ha puesto a prueba mi ingenio. Las puertas que funcionan con los niños y los perros no funcionan con los gatos.
Mi dilema con la puerta para gatos me hizo recordar la metáfora que usó Jesús para describirse a sí mismo. Dijo: «Yo soy la puerta de las ovejas» (Juan 10:7). En Medio Oriente, los corrales tenían una abertura para que las ovejas entraran y salieran. De noche, mientras los animales estaban seguros adentro, el pastor se acostaba delante de esa abertura, para que ni las ovejas ni los depredadores pudieran pasar.
Aunque quiero mantener protegida a Jasper, no estoy dispuesta a transformarme en la puerta. Tengo otras cosas que hacer. Sin embargo, eso es exactamente lo que Jesucristo hace por nosotros. Se coloca entre nosotros y nuestro enemigo, el diablo, para protegernos de daños espirituales.