Cuando nuestros hijos eran pequeños, solía orar con ellos cuando los acostábamos. Pero, antes de orar, a veces me sentaba al borde de la cama y charlábamos. Recuerdo decirle a nuestra hija: «Si pudiera poner en fila a todas las niñas de cuatro años que hay en el mundo, te buscaría a ti. Recorrería toda la fila y te elegiría para que fueras mi hija». Eso siempre le ponía una sonrisa en el rostro, porque sabía que ella era especial.
Si esa situación era un motivo para que mi hija sonriera, piensa en lo que significa que, en su gracia, el Dios creador del universo te haya «escogido desde el principio para salvación» (2 Tesalonicenses 2:13). En la eternidad pasada, ya deseaba hacerte su hijo. Por esta razón, las Escrituras suelen usar el tema de la adopción para comunicar la realidad asombrosa de que, sin mérito de nuestra parte, el Señor nos eligió.
¡Qué noticia tan maravillosa! Somos «amados por el Señor» (v. 13) y disfrutamos de los beneficios de ser parte de su familia. Esta gloriosa verdad debe llenarnos de humildad y gratitud. «Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó […] os confirme en toda buena palabra y obra» (vv. 16-17).